28 de septiembre de 2020
Foto: Ricardo Stuckert

En primer lugar, quisiera agradecerles la invitación para participar en este encuentro y saludar a los participantes de esta mesa de diálogo.

Sra. Alice Albright, de Global Partnership for Education.

El Premio Nobel Sr. Kailash Satyarthi, promotor de la Marcha Global contra el Trabajo Infantil.

Sr. Salim Al-Malik, director general de la Organización Mundial Islámica para la Educación, la Ciencia y la Cultura.

Saludo al Dr. Koumbou Boly Barry, Relator Especial de la ONU sobre el derecho a la educación,

Saludo a las organizaciones que dirigen y promueven este encuentro, en el que nuestro Instituto Lula tiene el privilegio de participar.

Quiero comenzar expresando mi sentimiento de solidaridad por el dolor de los familiares de las víctimas de la pandemia que atraviesa nuestro mundo.

Quiero hablar de estos tiempos terribles después de abordar nuestro tema central, que es la Educación y su papel en la construcción de una nueva sociedad, mejor y mucho más justa que la en que vivimos.

En este mes de septiembre, comenzamos las celebraciones del centenario del nacimiento del educador Paulo Freire. Él era mi amigo, nació en la misma región que yo, en el estado de Pernambuco, y fue un compañero en la creación del Partido de los Trabajadores.

Siempre será recordado por su contribución a la libertación de los oprimidos, en Brasil y en todo el mundo, a través de la educación.De las muchas lecciones que nos dejó Paulo Freire, dos se destacan con frecuencia. La primera es la noción de que el educador también está siendo educado. Es un concepto que solo podría formular alguién que tuvo la grandeza de respetar la sabiduría de los humildes y reconocer la existencia del otro, por encima de las barreras y prejuicios sociales.

La segunda lección es que la Educación es libertadora en el sentido más amplio que puede tener la palabra libertad. En la sociedad y en la región donde nacimos, marcadas por el latifundio, el legado de la esclavitud, la brutalidad de los ricos contra los pobres, el hambre y la desigualdad, el simple hecho de aprender a leer y escribir era un logro poco común para alguien del pueblo.

La educación permite al ser humano tomar conciencia de sí mismo, de que es un ciudadano capaz de luchar por sus derechos. Como dijo Paulo Freire en uno de sus muchos libros: “Si la educación por sí sola no puede transformar la sociedad, tampoco la sociedad puede cambiar sin ella”.Hay una única razón por la cual se le ha negado el acceso a la educación a tantos niños y jóvenes en el mundo. Es el perpetuar los mecanismos de desigualdad y mantener el dominio de una nación sobre otra, de un grupo de privilegiados sobre la inmensa mayoría.Puedo hablar sobre lo que vivimos en mi país y lo que hicimos para que la educación comenzara a ser un derecho de todos.

Yo mismo soy un superviviente del destino reservado para la mayoría de nuestro pueblo. Alguien como yo, expulsado de mi tierra natal por la pobreza, debiendo trabajar desde pequeño en la ciudad para ayudar a mi madre a mantener a la familia,no debería haber llegado a donde llegué. Quizás ni siquiera habría llegado a la edad adulta. No debería haber aprendido el oficio de metalúrgico, ni haber hecho huelgas junto a los miembros del sindicato, y mucho menos debí haber construido, junto con miles de trabajadores, el partido de izquierda más grande de Brasil.

El hecho es que, hace 18 años, el pueblo brasileño nos confió a mí y al Partido de los Trabajadores, junto con nuestros aliados en el gobierno, la misión que se podría resumir en una palabra: el cambio.No voy a detenerme en el esfuerzo que hicimos para lograr aquella misión, pero puedo resumirlo en dos oraciones. Por primera vez, en 500 años de historia, la mayoría pobre, negra y trabajadora del pueblo brasileño fue posicionada en el centro y en la dirección de las políticas públicas.Y, por primera vez, los pobres fueron incluidos en el presupuesto estatal, no como simples datos estadísticos, mucho menos como un problema, sino como una solución a los problemas de desarrollo del país.Ningún resultado de este esfuerzo colectivo es más elocuente que el hecho de que 36 millones de brasileños salieron de la pobreza extrema, Brasil salió del Mapa del Hambre de la ONU y se crearon 21 millones de empleos formales en poco más de 12 años, incluido en este periodo el gobierno de la Presidenta Dilma Rousseff.

Mis amigos y mis amigas.

En el conjunto de políticas públicas que adoptamos para cambiar la realidad brasileña, la educación jugó un papel central y organizador. El programa Bolsa Família, por ejemplo, promovió la transferencia de ingresos a 14 millones de familias, condicionando los pagos a la frecuencia escolar de los niños, entre otros requisitos. Creo que esta relación directa entre la transferencia de ingresos y el acceso a la educación es una de las claves del éxito de Bolsa Família, una de las razones por las que fueadoptado en tantos otros países.Recuerdo haber prohibido a los ministros del gobierno usar las palabras gasto y costo para referirse al Presupuesto de Educación, que se ha triplicado en nuestro tiempo de gobierno. De hecho, aquellos recursos fueron inversiones.

Invertimos en la creación de un piso nacional para los salarios de los maestros de las escuelas públicas primarias, secundarias y de educación media superior que, en Brasil, son administradas por los gobiernos estatales y locales.Invertimos en la formación de estos docentes y en garantizar una alimentación saludable para los niños, los alimentos de la merienda escolar pasaron a ser adquiridos directamente de los agricultores familiares locales. Invertimos en el transporte escolar seguro, en un país donde, en muchas regiones, la distancia entre el hogar y la escuela tiene que cubrirse con autobuses, bicicletas e incluso pequeñas embarcaciones.Invertimos en la adquisición de bibliotecas, computadoras para escuelas y tablets para estudiantes. Sobre todos estos temas, el compañero Fernando Haddad, quien fue nuestro Ministro de Educación durante la mayor parte de ese período, hablará en otra mesa de debates en este seminario. Lamentablemente, Brasil hoy no tiene un ministro de educación capaz de participar en un debate a este nivel, ya que el actual gobierno de mi país es un enemigo declarado de la ciencia, de la cultura y de la propia educación.

Sin embargo, no puedo evitar hablar de dos marcas que dejamos atrás. El primero fue la apertura de 430 escuelas técnicas y profesionales de nivel medio superior. Esto corresponde a cuatro veces más que todo lo que se había hecho en los cien años anteriores a nuestro gobierno. Estas nuevas escuelas han dado a cientos de miles de niños pequeños de la clase trabajadora la calificación para obtener una profesión digna.

Al mismo tiempo, hemos aumentado el número de matrículas en universidades públicas y privadas, de menos de 4 millones a más de 8 millones. Abrimos 19 nuevas universidades y 173 nuevos campus (CAMPI), el estado comenzó a financiar créditos educativos y aprobó una ley de cuotas para asegurar que los estudiantes de escuelas públicas, negros e indígenas ingresen a las universidades públicas federales.

Me enorgullece decir que hoy, en Brasil, los hijos de trabajadores, hombres y mujeres jóvenes negros son la mayoría de los estudiantes de nuestras universidades federales.MIS AMIGOS, MIS AMIGASCualquier discusión sobre el futuro de la humanidad, sobre la sociedad que queremos construir, debe tener en cuenta los impactos de la pandemia actual, que ha agravado la situación de extrema desigualdad social y económica en el mundo.

Recientemente fui invitado por la Universidad de Buenos Aires para hablar sobre el mundo después de la pandemia. Confieso que no sabía, y sigo sin saber, cómo será nuestra vida. No creo que nadie lo sepa, pero quiero traer algunas ideas aquí.Las estadísticas muestran que las mayores víctimas de la pandemia en Brasil son los negros, los trabajadores, los habitantes de barrios marginales y de las periferias de las grandes ciudades. No es muy diferente en todo el mundo. Son personas que viven en casas precarias, con muchos residentes, que necesitan ganarse la vida en la calle todos los días, que tienen que usar el transporte público y son más vulnerables porque ya no tenían acceso a alimentos saludables y atención médica básica.La primera conclusión a la que podemos llegar es que esta pandemia no tiene nada, en absoluto,de “democrática”.

Porque la sociedad en la que vivimos no es democrática, no lo es para la mayoría. Todos pueden contraer el virus, pero es entre los más pobres donde éste produce su devastación mortal.Esta emergencia humanitaria ha llevado a los gobiernos más responsables a tomar medidas para mantener vivas a las personas y a la economía durante la crisis, con líneas especiales de crédito, programas de ingresos e incluso pago de salarios para preservar el empleo.

Incluso aquellos funcionarios de gobierno y los denominados “expertos” que, hasta ayer, defendían rígidamente la austeridad fiscal, entendieron que el momento exige gastar, porque la vida no tiene precio, y entendieron que la economía debe existir, al fin y al cabo, en función de las personas, no solo de los números. Y es el estado, en última instancia, el que puede aportar recursos y organizar a la sociedad para atravesar este momento tan difícil.

En mi opinión, esta es una gran lección que nos está enseñando la pandemia. El dogma del estado mínimo es solo eso, un dogma, algo que no se puede explicar ni justificar en la vida real. El mito del dios del mercado es solo un mito porque, una vez más,él es incapaz de ofrecer respuestas a los problemas del mundo en que vivimos.Yo tuve el privilegio de hablar con el Papa Francisco, que se dedica a este tema con toda su alma. Sabemos que ésta no es una tarea exclusiva de los economistas y de las personas de buena voluntad. Hay que involucrar a la academia, intelectuales, artistas, partidos políticos, sindicatos, movimientos sociales, iglesias, a todos. Pero no llegaremos a ninguna parte si los gobiernos del mundo, los que tienen el poder del estado, no se involucran objetivamente en un cambio profundo en las relaciones que existen entre las personas y el dinero.

Durante siglos se nos ha dicho que el hambre y la miseria eran tan naturales como la lluvia o el amanecer. Durante siglos se nos ha dicho que los pobres, en su mayoría negros, hijos de trabajadores, estaban condenados a repetir la triste historia de sus padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos. Sin embargo, durante al menos una década, en Brasil, logramos demostrar que un país puede ser gobernado para todos, y con especial atención para la mayoría que siempre estuvo excluida.

La inmensa desigualdad entre los seres humanos es simplemente intolerable, pero mientras ésta perdure, también habrá un sueño de cambio que nos lleve al futuro.Esta es, en mi opinión, otra lección que podemos aprender de la pandemia. Por más profunda que sea la crisis, por más oscura que sea, nos corresponde a nosotros encender la luz en la oscuridad. Y creo que nunca ha sido más necesario soñar y seguir luchando por construir un mundo mejor que este en que vivimos.

Muchas gracias.

Luiz Inácio Lula da Silva

lula.com.br |  Traducido por Cristina Gomes.